Desde el principio de la civilización el terror a la soledad ha sido una de las grandes amenazas de la
humildad. Las personas llegan a extremos increíbles para evitar la soledad y pagarán un precio
enorme en dinero, propiedad y derechos para prevenirla.
La forma más obvia y productiva de evitar la soledad es el establecimiento de relaciones íntimas y
constructivas con los demás. Pero la solución es mucho más complicada de lo que parece, ya que
el sendero a la intimidad está atestado de múltiples barreras que han surgido del fondo cultural
del individuo, de sus necesidades personales y de sus temores particulares. El desarrollo y la
supervivencia de la intimidad tiene un prospecto desolador uno o ambos cónyuges han, con el
transcurso de años, internalizado sentimientos de desconfianza, de aislamiento y de rechazo, o
han desarrollado mecanismos protectores indebidos de retiro y de introversión. Estos caracteres
de aislamiento han constituido las marcas de nuestros tiempos.
Los sentimientos actuales de desconfianza de aislamiento provienen de diversas fuentes,
erosionando estructuras sociales; esfumando los papeles femenino y masculino, que en una
ocasión estuvieron bien definidos; la confusión por la identidad de la persona y sus finalidades; los
cambios geográficos forzados por las transferencias del empleo (el estadounidense promedio se
cambia siete veces de domicilio en su vida y cambia de profesión 3 veces), necesitando de difíciles
y a menudo penosos procesos para formar nuevas amistades; inquietud política y desilusión por la
integridad de los gobiernos. Todo esto ha impuesto una cuota que es carga pesada en la seguridad
y confianza personal.
La facilidad de los viajes ha extendido la lista de los conocidos, pero eso ha hecho poco para
mejorar la calidad de la amistad. La comunicación masiva y confusa han arrojado una asociación
perturbadora de voces y puntos de vista en nuestra vida sin aumentar en forma apreciable la
calidad del entendimiento de nosotros mismos y de nuestros semejantes. Demasiada gente siente,
en ocasiones, que están parados en una curva solos y como simples espectadores esperando que
pase el resto del mundo, sin un saludo, sin siquiera algún gesto afirmativo de reconocimiento.
Inclusive en medio de una multitud se sienten miserablemente solos. Se paralizan con un temor
intenso de rechazo que revelaría a los demás si se atrevieran, pero no pueden concebir que
alguien pueda quererlos o amarlos tal como son.
No obstante necesitan en forma desesperada de una relación íntima y se dan cuenta que la
muestra personal es esencial para su evolución. Por lo tanto, se comprometen substituyendo su
esencia por las máscaras y actuación de papeles de la personalidad; el resultado típico es una
relación superficial, no fructífera con otra persona y no un enlace íntimo honesto y real.
Las relaciones íntimas profundas y satisfactorias entre amigos añaden un sentido inmenso de
bienestar al contentamiento del humano. Pero cuando dicha relación existe entre un hombre y
una mujer (o entre homosexuales) puede surgir el amor de la intimidad y de dicho amor una
relación sexual que carece de significado y que no es ni remotamente posible para las parejas
menos involucradas entre sí.
Por esta razón resulta importante que los conceptos de intimidad y de amor sean examinados en
un libro básicamente relacionado con la sexualidad. La intimidad es la espina dorsal del amor. Con
la intimidad en una relación amorosa, los potenciales de la gratificación sexual son extraordinarios.
La intimidad lo es todo.
James Leslie McCary, Stephen P. McCary
Sexualidad Humana de McCary, Editorial El Manual Moderno, S.A. de C.V.