El Complejo de Casanova

Impactantes testimonios personales comentados

… Con Cathy fantaseaba en voz alta acerca de  que el próximo año se fuera a vivir conmigo. Con Iris hablaba de pasear juntos en Montreal las vacaciones de verano. Y una y otra vez les decía a ambas lo mucho que las amaba. Todo con la sola esperanza de que ellas me amaran a su vez… de que me amaran lo bastante, quizá, para permanecer a mi lado sin importar lo que yo les hiciera…

El síndrome de Casanova, tan claramente expresado en las líneas anteriores, nos describe el tejemaneje que el hombre que lo padece tiene que hacer, que decir, para ocultar su inseguridad, su miedo, a la soledad, al rechazo, al abandono; su falta de capacidad para el compromiso y sobre todo su incapacidad para amar y ser amado. Lo más triste: es la falta de conciencia al no darse cuenta ni importarle el daño que ha causado  en las mujeres que lo han amado.

Es un ser egoísta, que lo único que le interesa es la satisfacción sexual y, si acaso, emocional; siempre guiado por sus ansias de deseo, ternura y odio; en algunas ocasiones él se va a sentir víctima y victimario, un ser con el corazón destrozado y un destrozador de corazones al mismo tiempo. Un hombre liberado y un misógino redomado.

La fidelidad no aparece en  léxico del hombre que padece esta enfermedad. Más bien se diría que utiliza la infidelidad como un arma para agredir y vengarse de las mujeres que se han cruzado en su camino. Lo hace en su loco afán por querer que ellas eliminen por completo la sensación borrosa y tenue que él tiene de su propio yo, así como la terrible incertidumbre que siempre envuelve a su propia existencia. 

Paradójicamente, a mayor número de mujeres, mayor es el vacío existencial que siente este hombre que parece no darse cuenta de que el problema real está en su escaso, o nulo, crecimiento espiritual y en su concepción, y esta sí muy real, de considerar a las mujeres como meros objetos sexuales, verdaderas muñequitas de placer sin alma y sin corazón que, una vez conquistadas, hay que abandonar, o bien que hay que perseguir si todavía no han sido seducidas.

Adicto al sexo, este pobre diablo canta: “Oye, te digo en secreto que te amo de veras, que sigo cerca tus paso aunque no quieras”, y que continua la tonada con “casa noche un amor, distinto amanecer…” Es un verdadero experto cazamujeres que sigue una táctica, especie de ritual, basada en cuatro pasos: búsqueda instintiva y obsesiva de mujeres y de sexo que él llama “búsqueda de emociones” para luego pasar a un “actuar como si fuera juego”, “escapar” y “devorar” en un desesperado intento por encontrarle un sentido a su vida y un significado a su existencia.

Son seres humanos enfermos que, inclusive creen enamorarse y cuya frustración, desilusión y agresión hacia las mujeres crece al verse reducidos a una condición infrahumana de promiscuidad, siempre con el pene al ataque, o de maridos infieles intercambiando de manera maniaca con sus amantes a su esposa.

También los hay que van a la deriva, románticos, aficionados, al nido y malabaristas. Conductas típicas del Casanova que, como característica general, tiene una gran intensa secreción de adrenalina y de hormonas pero… de amor, lo que se llama amor… nada.

¿Qué hay detrás de este tipo de hombre? ¿Qué elementos se tuvieron que meter en la probeta para que nos dieran como resultado a un Casanova?

En el fondo hay una infancia triste y solitaria, con padres ausentes, ya sea física o emocionalmente, madres narcisistas ocupadas en sí mismas o demasiado rígidas y severas que lo único que lograron fue castrar emocionalmente al hijo, como fue el caso de Gary Hart, senador de Estados Unidos que llegó a ser un fuerte candidato a la presidencia de ese país y que muy bien pudo haber llegado de no ser por que salió a la luz pública su complejo de Casanova y sus verdaderos antecedentes familiares:

Había inventado su pasado describiéndose como un travieso bromista en la pequeña ciudad en donde creció cuando en realidad había sido muy puritano, esclavo de su fundamentalista madre, y tan temeroso de ensuciarse que ni siquiera salía a jugar al aire libre.

Fueron niños a los que no se les demostró el amor necesario para desarrollar una autoestima adecuada, base de la seguridad que todo ser humano requiere para funcionar sanamente en la vida.

Resulta difícil en una sociedad como la nuestra, en donde todo se le ha permitido al hombre, encontrar las características propias del Casanova, pero nos vamos a centrar en aquellos hombres con un historial de aventuras de una sola noche, con frustradas relaciones amorosas o repetidos matrimonios, con sus consecuentes divorcios, que continuamente terminan sus relaciones románticas y son crónicamente polígamos o infieles. 

Hombres en cuya vida no cabe la verdadera mujer, pues su propia compulsión los hace buscar y buscar sin alcanzar eso que jamás se va a encontrar en los demás: la propia realidad del ser. Con sus carencias y virtudes, en un proceso individual, profundo e íntimo que en estos enfermos emocionales sólo se logra por medio de una terapia, a la cual se llega después de  haber “fondeado”, de haber tocado límites del dolor, lo que le hace tomar la decisión de detenerse… o matarse. 

… lo único que necesitaba era conocer a una mujer atractiva para pasar por todo ese ciclo en unos cuantos momentos… del anhelo a la satisfacción, a la incertidumbre, al pánico y al disgusto… Esos sentimientos se veían ahora agravados por una creciente sensación de locura puesto que sabía que todos ellos eran autoinducidos. En medio del zumbido de mi compulsión no había lugar para una verdadera mujer. Anhelaba algo que ninguna mujer podría darme. Trataba de vengar heridas que ninguna mujer me había hecho. Viva una vida cuyo único atractivo era el hecho de que me era familiar, como una prisión, le resulta familiar a un convicto. Nada de eso en sí bastaba para obligarme a para hasta que llegó a s una cuestión de detenerme o matarme…

Pero mientras nuestro personaje llega a ese límite de dolor se muestra confiado en su sexappeal, su simpatía, su encanto personal, su apariencia atractiva y la creencia de que es el ser ideal para estar en el puesto que ocupa e inclusive para dirigir los destinos de una nación, como fue el caso del citado Gary Hart.

El síndrome de casanova engloba a hombres que en el fondo son seres tímidos, mentirosos, resentidos, que no se sienten capaces de merecer ni de inspirar amor ni sexo. Por esto sus relaciones con las mujeres se caracterizan por la brevedad, la inestabilidad y la frecuente infidelidad. Lo peor de todo es que no se sienten responsables de sus actos ni culpables por los sentimientos o tragedias que provocan. Pasan la vida como fantasmas flotantes sin poner un pie en la realidad “su realidad”, es decir, su enfermedad: su adicción a las mujeres al sexo.

Son seres que, en su inconsciencia, se la pasan quejándose de las mujeres, sintiéndose siempre incomprendidos y mal amados cuando en el fondo no se dan cuenta de que carecen de la capacidad tanto para amar como para dejarse amar. Y así se la pasan, en ese triste deambular por genitales femeninos rumbo a su propia autodestrucción para la cual sí tiene una gran capacidad. Pero, pero su puesto, ni de eso se dan cuenta.

Enfermedad demócrata que lo mismo acoge a contadores, médicos e investigadores, como a carpinteros, maestros, y hombres de negocios, entre otras ocupaciones. Al parecer el nivel académico y cultural no interviene cuando una mujer escoge pasar una noche o correrse una aventura romántica con estos “encantadores” hombres.

La edad sí parece tener un límite va de los 30 a los 40 (o un poco más), aunque también se dan “raboverdes” de más de 60 años. 

Para que haya un Casanova se necesita una mujer que  lo esté esperando y lo tolere. ¿Cómo  son estas mujeres? Esta es la respuesta que da  Peter Trachtenberg a partir de una encuesta que realizó con 30 mujeres:

Casi como regla descubrí que las mujeres no reaccionan a la apariencia y al prestigio de esos hombres, sino a su innata seducción… su urgencia, su enfoque obsesivo en sus parejas durante las primeras etapas de su relación y su instintivo virtuosismo sexual. Además, ciertas mujeres parecen en particular susceptibles a su atractivo: se enamoran apasionadamente de los casanovas, sin la menor reserva. Soportan sus infidelidades y los esperan llenas de ansiedad cuando ellos desaparecen de sus vidas. Las mujeres de los “tenorios” a menudo provienen de familias notablemente similares a las que producen a los casanovas y en cierta forma parecen experimentar una compulsión paralela.

Urgencia, obsesión, seducción, ansiedad y compulsión parecen ser los elementos neuróticos que acompañan a esta enfermedad adictiva en donde las mujeres son, tal como lo dice Peter Trachtenberg, objetos de un deseo enloquecedor, fuente de un placer sexual, de propia validación y puntos centrales de un aplastante temor. A pesar de toda su despreocupación exterior, persiguen a las mujeres con una urgencia y una tenacidad que hacen que el galanteo común parezca casual y no premeditado, y con una temeridad que a menudo pone en peligro sus matrimonios, sus carreras y su salud. Con la aparición del SIDA (Síndrome de Inmunodeficiencia Adquirida), algunos de ellos indudablemente arriesgan sus vidas… y las de sus esposas, agregaría yo.

Hombres de doble vida, de doble moral, siempre viven entre el conflicto que representa la dicotomía entre su yo interno y el externo, pues mientras por un lado son  agresivos, elásticos y seguros de ellos mismos, por el otro se comportan como seres frágiles, inseguros y temerosos.

Padecimiento adictivo que siempre urge al que lo padece a encontrar su próxima dosis, es decir, su próxima mujer que le ayude a olvidar la incertidumbre que siente, que le permita sentirse satisfecho, ser validado, ser una persona íntegra. 

Volviendo al multicitado  autor, agregamos que:

Cuando el adicto ingiere su dosis, o el alcohólico ingiere su bebida, lo que experimenta no es tanto un placer como una sensación de consumación de la cual ha carecido hasta ese momento. Su droga le brinda la breve seguridad de sus propios límites y de su propia esencia. Le dice: “Aquí estas”. El vacío exige una satisfacción que es necesario repetir interminablemente puesto que ese vacío, al final, resulta imposible de llenar.

Este ciclo de anhelo-satisfacción momentánea-renovado vacío llega a ser el solitario drama de la vida del adicto.

Las experiencias de los adictos que renuncian a la heroína solo para convertirse en alcohólicos sugiere que la adicción no es cuestión de una droga particular. Más bien la droga llena una ranura en el escenario del anhelo, la ingestión y el vacío. Durante cierto tiempo se convierte en el eje de la búsqueda del adicto en la fuente de su momentánea satisfacción, con el objeto contra el cual se rebela incluso cuando lo anhela con desesperación.

La “adicción”, escribe Stanton Peele.

… no es una reacción química sino una experiencia que se origina en la reacción subjetiva rutinaria se un individuo a algo que para él tiene un significado especial, algo o cualquier cosa que encuentra tan segura y tranquilizante que no puede prescindir de ello.

Nuestro interés de escribir sobre los casanovas nos hace pensar en varios puntos: el primero es el considerar que es un padecimiento que como tal existe y tiene cura; el segundo es que los conozcamos a través de la lectura y, si ya tenemos la experiencia cotidiana de vivir con un hombre así, reconocer los síntomas de esta enfermedad para cambiar nuestra actitud.

La utilización del término amantes para hablar de las relaciones fuera del matrimonio resulta un tema muy interesante, sobre todo a raíz de la aparición de la revista española Hola y de la existencia de personajes como el príncipe Carlos de Inglaterra y de su Lady Po (a quien llamo así por no llamarla  “Lady Pu”). Esta revista de gran éxito por el fundamento cultural de algunos pueblos que pretenden acercarse al primer mundo (léase México), ha hecho que el tema de los amantes adquiera un interés colectivo, y que de hecho se establezca una especie de conciencia de solidaridad colectiva entre muchos de los lectores (y lectoras) que leen que las “grandes” figuras de las realezas europeas se debaten entre las sábanas y chismes de amantes, contraamantes y recontraaamantes. Al enterarse, por ejemplo,  que Carlos le era infiel a Diana con Camila, y que Diana a su vez le ponía el cuerno al príncipe con un militar, el lector dice cosas como:

-¡Ah Chihuahua, hay otros que también hacen lo mismo que yo!, o;

- Creía que yo era el único, o la única con affaire, y resulta que Carlitos ya lleva tres, y declarados públicamente…. Y encima le pagan por fotografiarse con sus amantes…

La idea de “amantes” adquiere entonces una connotación completamente diferente a la que había tenido a lo largo de la historia del ser humano. Según el diccionario, amantes son sencillamente el hombre y la mujer que se aman. Los amantes, tengan permiso oficial, sello de garantía, contrato, título o lo que sea, son las personas que se prodignan amor: son quienes se aman.

El contrato social del matrimonio, o matrimonio civil, se ha establecido para que esos amantes, ese par de personas que se aman, no enfrenten una serie de problemas por derechos económicos y sociales, y para que, como dirían los clásicos tengan sobre ellos de alguna manera “el imperio de la ley”.

El matrimonio religioso, por su parte, es algo que se acepta en casi todas las culturas y es promovido por la mayoría de las filosofías religiosas. Se ve como el permiso del poder superior, del Dios en turno o de su representante en la Tierra, para que una pareja empiece a formar una familia.

No hemos dicho que el matrimonio civil o el religioso sean permisos para amarse; nadie otorga un contrato que diga: “Sí, ya puedes ejercer la sexualidad”. Nuestra sociedad y la cultura contemporánea han olvidado que las antiguas civilizaciones, y aun los pueblos primitivos, tenían para los jovencitos ceremonias de inicio a la sexualidad con personas experimentadas que se convertían en verdaderos rituales mágicos de bienvenida al mundo inagotable de placer sexual y el erotismo. Realmente se iniciaban en el arte de “compartir placeres”. 

Nuestros jóvenes, si bien les va, se han de iniciar en la sexualidad con prostitutas en actos más traumáticos que placenteros, y las jovencitas perderán su virginidad en medio de un mar de temores y remordimientos que vuelven algo tan hermoso como es el sexo en una tortura digna de archivarse entre las brutalidades del Santo Oficio.

Nuestra Sociedad, gracias a revistas como Hola y a  las telenovelas, han otorgado un cierto gancho o “atractivo comercial” a las relaciones extramaritales (las que los integrantes de la pareja tiene con otros hombres y/o mujeres), y las vuelven algo fascinantes y de gran interés  a laso ojos del gran público.

En la antigüedad, las personas que se presentaban a tener una relación con alguien casado tenían un cierto lugar en la sociedad y, aunque no eran del todo “bendecidas” por las buenas costumbres, sí tenían cierta jerarquía. Hablamos de las célebres concubinas, las favoritas, las barraganas, que en muchos casos tenían las mismas obligaciones y derechos que las titulares de un matrimonio. Eran una categoría social sumamente reconocida, importante, aceptada, y aceptable.

Cuando importamos de Inglaterra avances como el ferrocarril, la explotación de minas y la industria de la era Victoriana, resulta que también llego a nuestro país la doble moral de pregonar a las cuatro vientos la necesidad de la fidelidad mientras debajo de la cama de las parejas se escondían las concubinas. Estábamos importando los esfuerzos desmediados que la propia reina Victoria hacía para tratar de ocultar las “pendejadas” de su marido.

Por un lado, nos enfrentamos a una condena terrible desde el punto de vista de ética social a las relaciones extramatrimoniales; y por otro, vemos que el sentido comercial del Hola y las telenovelas les han dado el morbo necesario para hacerlas atractivas.

Desde siempre se han amado los amantes, los más conocidos se la historia son Romeo y Julieta, que tenían 16 y 14 años de edad cuando se suicidaron en Verona, Italia. A ese par de jovencitos ni la circunstancia, ni la nobleza, ni el estatus, ni el pleitazo que traían sus familias los hacían excluyentes de sexualidad; se amaban, se buscaban y ya.

En las obras literarias clásicas, antes de la doble moral, se exaltaba la sexualidad de algunos: Casanova el conquistador inagotable, o la tendencia a la mitomanía y el engaño de otros como el Don Juan. Don Juan se diferenciaba del Casanova en que mentía para conquistar una vagina; por eso se le llamaba “el burlados de Sevilla”; se mueve en las sombras y bajo una capa para que Doña Ines, antes de la boda, le conceda sus favores. Don Juan no conquista de frente como Casanova, quien si se arriesga, gasta su dinero, se mete en broncas y tiene que liarse  a espadazos con quien sea necesario para conseguir el favor de una dama.

Los amantes, como acepción de quienes se aman, los encontramos  exaltados en numerosos relatos, cuentos y obras de arte,  incluso sultanes, quienes aparecen representados en medio de lances de gran sensualidad y erotismo.

El sentido denigrante de la palabra amante llega a México a través de algunas películas de los años cincuenta y se populariza entre la casta política que iba desde el jefe de oficina y sus “secretarias” hasta el presidente y sus “amiguitas”, pasando desde luego por los diputados y sus célebres casa chicas, que se antojaban más como prostíbulos de una sola puta que como templos para amantes. El concepto denigrante de “amante” no es exclusivo para hombres, ya que también se han dado muchas mujeres, “dignas señoras”, con “amiguitos”, “secretarios” y por su puesto casa chica, y que al igual que los “señores” argumentan toda una serie de pretextos y razones para justificar lo que hacen está bien.

En realidad, lo que a nosotros nos interesa de los amantes no es sólo hablar del proceso de dos seres humanos que se aman con permiso o sin él. Nuestro interés radica en mostrar de qué manera la infidelidad constituye una acción con un peso específico enorme y brutal en la confianza mutua de la pareja.

No cuestionamos el que haya o no amantes; por nosotros que existan  todos los que se quiera aunque no lo acepten las buenas conciencias, los hipócritas o la gente de doble moral. Aquí no se trata de cuestionarlos; lo que queremos poner sobre la mesa es: hasta dónde el fenómeno de la infidelidad incide sobre la permanencia y cohesión de la pareja, la cual está basada en el mutuo otorgamiento de gozo, en la reciprocidad y en la confianza. 

A través de las cartas que aquí presentamos puede verse cómo tan solo un acto de infidelidad puede trastocar totalmente una relación de pareja que era real y autentica, y que había partido de un compromiso honesto y formal. La pareja nace de una decisión  tomada libremente; para sus integrantes es parte de su gran  proyecto de vida,  de un trabajo en común, de una empresa familiar, y en ocasiones un solo acto, uno solo, la hace polvo del mismo modo que un homicidio acaba con la vida de un criminal, un acto de infidelidad abierta o descubierta cambia toda la relación; confirma la vieja conseja de “nada vuelve a ser lo mismo”.

A través de las cartas queremos examinar de alguna manera cuál es el punto de vista de quienes cometen la infidelidad y se embarcan en una relación extramarital y las razones o sinrazones que pueden esbozar. También tenemos el testimonio de quienes fueron víctimas de la infidelidad; como la reciben, como la sienten, cómo la asumen, cómo  la asumen, como la asimilan o cómo no la asimilan jamás. Y desde luego también hay cartas de quienes se presentan, a sabiendas o no, a tener una relación con un hombre o mujer casados.

Cuando hablamos de los amantes no buscamos ver si Carlos de Inglaterra es en realidad el kótex antropomórfico de Camila, porque él, dentro de su bajísima autoestima, seguramente se consideraba más o menos eso. Tampoco nos interesa si Lady Di es efectivamente como dice “en exclusiva” ante la televisión inglesa. Nos interesa el acto  de infidelidad y la relación extramarital; como  es quien lo hace y cómo quien lo sufre; como lo toman ambos y de qué manera afecta a la relación; hasta donde lo acaba y qué es al final lo rescatable.

Dr. Ernesto Lammoglia

Cartas al Dr. Lammoglia